Mi mejor compañía

 Creí que la soledad sería más fuerte que yo y que me tumbaría en un par de semanas, pero ahora  ella se ha convertido en mi permanente compañera. He aprendido a quererla y a que ella también me quiera.

Me ha mostrado la belleza de los días tranquilos y lo romántico de las noches silenciosas.  Cualquier plan junto a ella es simplemente perfecto.

Ella es especial. Me abraza cuando lloro sin motivos, es mi mayor consejera y nunca cuestiona mis crisis existenciales. Es por eso que he considerado la desequilibrada  idea de morar en su aislamiento, al menos por unos cuantos meses más.

A la soledad le encanta los lugares donde solo se escuche el eco de la conciencia. Los pensamientos no compartidos y las palabras que no se pronuncian.

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Es reservada y le molesta el bullicio que forman las bocas descontroladas.

Ojalá muchos pudieran conocerla. Su compañía reinventa vidas y resuelve los acertijos más complejos de la humanidad.

Por ejemplo, el nivel de reflexión que conseguimos cuando atravesamos largos periodos en soledad puede ayudarnos a reorganizar lo que no iba tan bien en nuestras vidas.

Aclaramos dudas, enfocamos prioridades, maduramos más, canalizamos nuestra energía en actividades productivas y aprendemos a ver soluciones entre los problemas.

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Entonces, ¿por qué tenerle miedo a la soledad?

Jamás he oído que la soledad convierta mentes brillantes en mediocres  o que limite el nivel de vida de las personas.

En cambio, sí he conocido  hombres que buscan la felicidad en triunfos vacíos. He escuchado de aquellos que nunca se regalaron tiempo para conocerse y aceptarse; que necesitaban con urgencia un período de aislamiento para buscar respuestas, pero que nunca se lo permitieron.

Por eso, hoy quiero brindar por la soledad, porque me ha regalado tiempo para conocerme y enamorarme de lo que ahora soy.

 

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